miércoles, 23 de septiembre de 2020

La Fatídica Final entre Audax Italiano y Colo Colo de 1932


 

1932 fue un año convulso para Chile, desde todo punto de vista. En abril, el volcán Descabezado entró en erupción, una de las más violentas en su historia, generando un hongo de gases tóxicos y una gigantesca columna de humo que cubrió prácticamente todo el Cono Sur de Sudamérica, generando un caos sanitario sin símil en años.

En el ámbito económico, los coletazos de la debacle del salitre y el crac de Wall Street del año 29’, seguían causando estragos, sobre todo en los estratos más pobres de la población, por lo que la cesantía y el hambre hacían mella entre los poco más de 4 millones de habitantes que vivían dentro de estas fronteras.
 
Hermanado a esta última situación, el alboroto político también decía presente en el precipitado devenir del país: entre el 26 de julio de 1931 y el 2 de octubre de 1932, siete personajes distintos habían ostentado el título de Presidente de la República, luego de un par de golpes de estado e, incluso, la instauración de la República Socialista de Chile, que tuvo un efímero devenir durante un centenar de días.
 
Ante todo este caos, la única alternativa que tenía el Pueblo para desatenderse de los aciagos días era el fútbol, un deporte que ya se había ganado un lugar en el corazón de los hinchas y que al año 32' ya ostentaba la participación de Chile en una Copa del Mundo (Uruguay 1930), la disputa de 12 Sudamericanos de Selecciones, y exhibía 5 torneos de clubes, organizados por las 4 asociaciones que desarrollaban oficialmente la práctica del balompié.
 
Sin embargo, el balompié también escribiría su capítulo del 32' con un final infausto, acorde a los tumultosos tiempos que se vivian.


El Último Torneo Amateur

Plantel Audax Italiano 1932

La Asociación de Football de Santiago, a la sazón, la liga más importante de entre las que se desarrollaban en el país, llevaba casi tres décadas celebrando campeonatos entre los distintos clubes que nacían a raudales en la capital y, para 1932 se viviría uno de los campeonatos más apasionantes que recordara el novel balompié chileno, competición que marcaría el último capitulo del fútbol amateur, pues los dirigentes de las distintas instituciones habían acordado que a partir del año que se venía, se profesionalizaría la práctica de este deporte, dando inicio a la Primera División Profesional, tal y como la conocemos hoy.
 
Así, los ocho clubes que animaron dicha temporada, bregaron porque la última copa de la Asociación de Football de Santiago quedara para siempre en sus vitrinas, teniendo en Audax Italiano, Colo Colo, Santiago Bádminton y Unión Deportiva Española, como los principales candidatos para quedarse con dicho trofeo, que se disputaría entre mayo y diciembre de 1932, sin embargo, al poco andar, la lucha por el primer puesto se ciñó a "Albos" e "Itálicos"
 
Colo Colo abrió los fuegos precisamente ante los "Tanos" quienes, en un reñido encuentro, se quedaron con el triunfo con un sufrido 2 a 1, situación que no amilanó al "Popular" que con 10 triunfos al hilo, con 55 goles a favor, apenas 16 tantos en contra, y donde destacaron las goleadas por 6 a 1 a Magallanes, 7 a 2 al Liverpool Wanderers y el 9 a 2 a Green Cross, presentó sus credenciales pars el título. 
 
Audax Italiano, en tanto, repitió la misma dosis que los colocolinos, pero enredo puntos en las primeras fechas, cayendo 5 a 1 ante Unión Española y 4 a 3 frente a Santiago Bádminton, mas dicha situación no fue impedimento para enmendar el rumbo con victorias tan contundentes como el 8 a 2 que le propinó a Santiago National, o el expresivo 12 a 2 con que vapuleó a Magallanes. 
 
Todo se definiría en la última fecha, la que, curiosamente, y por esos azares que sólo entrega el fútbol, enfrentaría a Audax Italiano y a Colo Colo, escuadras que llegaban al lance final empatados en 22 puntos.


La Final y La Tragedia


El partido se jugaría en el Stadio Italiano, uno de los reductos más modernos que exhibía la capital a esa época (había sido inaugurado en 1928 con una capacidad para 10 mil espectadores, levantado aprovechando las instalaciones del reducto que años antes había albergado los eventos deportivos de la Academia de Humanidades), ubicado a un par de kilómetros de la Plaza de Armas de Santiago, en el corazón de la actual comuna de Independencia, y a sólo cuadras del Estadio Santa Laura, por lo que esto, y el día del match, fijado para el jueves 8 de Diciembre, jornada festiva en el país (Día de la Inmaculada Concepción), junto al los precios populares de las entradas, aseguraba una gran concurrencia de público.


Plantel Colo Colo 1932

Asimismo, el hecho de que fuera Audax Italiano, el mejor equipo durante los últimos dos años en los torneos de la capital, campeón de la División de Honor de la Asociación de Football de Santiago en 1931, finalista del Campeonato de Apertura de la AFS ese mismo año, y el mejor de todos en el Apertura del 32’; junto a Colo Colo, un elenco que desde que se dio a conocer acaparó las preferencias del público (sobre todo de las capas más populares) a raíz de su vistoso juego, del espectáculo que ofrecían en la cancha y de los 5 títulos que ya exhibía a esa fecha, lo que lo colocaba entre los cuadros más ganadores del fútbol capitalino.
 
La expectación era tal, que la Asociación, a fin de evitar desconfianzas de parte de cualquiera de los dos cuadros,  decidió que el juez de la brega fuera Benjamín Puente, árbitro oriundo de Valparaíso, y que su labor fuera auxiliada por dos asistentes que estarían ubicados cerca de la línea de gol de cada arco, a modo de advertir  al referí a validar o no cualquier gol.
 
Según cuenta Sebastián Salinas en su libro “Por Empuje y Coraje: Los Albos en la Época Amateur, 1925-1933”, el valor de las entradas también motivó una gran afluencia de hinchas, los que temprano comenzaron a rondar por las inmediaciones del reducto, ubicado entre las intersecciones de calle Guanaco y General Saavedra, con la intención de hacerse con uno de los casi 10 mil boletos que se pusieron a la venta. Así,  la multitud fue tal, (lo que evidenciaba una grosera sobreventa de tickets),  que a un par de horas de que se iniciara el duelo, Carabineros decidió cerrar las puertas del recinto y prohibir la venta de boletos, pues la capacidad del estadio ya estaba sobrepasada.
 
El público que quedó fuera no se resignó a quedarse sin presenciar el partido, por lo que muchos intentaron empujar las puertas de entrada para “colarse” hacia las tribunas, mientras que otros, creando verdaderas torres humanas, se encaramaban unos sobre otros a modo de poder acceder a las galerías, escalando los enormes muros del coliseo, situaciones que significó que alrededor de 2 mil personas más ingresaran “a la mala” al Estadio. La suerte estaba echada.
 
A las 17:30, Benjamín Puente dio por iniciado el encuentro. El local, dirigido técnicamente por Francisco Torres, saltó a la cancha con Vittorio Steffani en portería; Max Fisher y Guillermo Corbari en defensa; un mediocampo compuesto por Guillermo Gornall, Guillermo Riveros y Enrique Araneda, para dejar en ofensiva a Óscar Bustos, Enrique Sorrel, Moisés Avilés, Carlos Giudice y Tomás Ojeda. El “Cacique”, en tanto, y adiestrado por Guillermo Saavedra, saltó al gramado del Estadio Italiano con Eugenio Soto bajo los tres palos; Víctor Morales y Togo Bascuñán  como zagueros; Francisco Sánchez, el propio Saavedra y Óscar González en el centro del campo, para dejar en delantera a Carlos Schneeberger, Guillermo Subiabre, Iván Mayo, Eduardo Schneeberger y José Olguín.


Iván "Chincolito" Mayo

Según grafica la prensa de la época, fueron los “Albos” quienes se hicieron con el control de las acciones apenas iniciado el juego. Los embates de José “Cantimplora” Olguín y Carlos Schneeberger,  buscando la cabeza de alguno de los cañoneros “blancos”, no dejaban de llevar peligro a la zaga “Itálica” y así, tanto va el cántaro al agua que… Ivan Mayo decretó la apertura de la cuenta a los 13’ minutos de juego, luego de conectar espléndidamente de cabeza un certero pase desde la derecha de “Montón de Letras” Schneeberger, desatando el júbilo en la parcialidad de Colo Colo y la incredulidad de los “Tanos”.
 
El vistoso juego del “Cacique” no se detuvo con el primer tanto y siguió machacando la portería defendida por Steffani, una y otra vez, a fin de hacerse con un título que les era esquivo . Subiabre abría con Olguín, “Cantimplora” desbordaba y sacaba un centro venenoso que era rechazado por el fondo de los verdes. Schneeberger se juntaba con Saavedra y el “Negro” metía un pase a las espaldas de la defensa local que el “Chato” Subiabre no podía conectar de manera correcta. Colo Colo era una máquina y el juego de los “Itálicos” parecía no interponerse en el camino de un nuevo título de los “Albos”, tras dos años de fracasos, y, más aún, luego de que “Chincolito” Mayo recibiera libre un pase de José Olguín, se sacara la marca, eludiera al portero de Audax y enfilara en solitario para cruzar la línea de meta con el balón, decretando el 2 a 0 parcial y a sólo 23’ minutos de que iniciara la justa.


 

La algarabía, el jubilo que desató la segunda estocada colocolina, enloqueció a

Moisés "La Chancha" Aviles
gran parte de los más de 10 mil espectadores que, con y sin entrada, se habían congregado en el Stadio Italiano y en medio de las celebraciones, un crujido estremeció las tribunas, pero nadie le tomó el peso a lo que se vendría. Es más, según relatan a la prensa espectadores que estuvieron aquella jornada en el reducto de “La Chimba”, la gente confundió el estrépito con un temblor. Lo peor estaba por venir.

En la cancha, los dirigidos por Francisco Torres, sacudidos por el buen juego de los visitantes, echaron mano al amor propio y, sobre todo, al empuje de Carlos Giudice, el “Gran Capitán”, un exquisito centrodelantero que había paseado sus goles en Uruguay, defendiendo la camiseta de Peñarol, y que Audax Italiano había logrado hacerse con sus servicios, luego de ganarle la pulsada al Peñablanca FC de Valparaíso, club desde donde había surgido el artillero.

Así, y amparados en el juego de Giudice, los “Tanos” comenzaron a nivelar el juego, acercándose peligrosamente a la valla blanca, defendida por Eugenio Soto. Primero fue el “Tigre” Sorrel, después el propio Giudice. “Vitoco” Morales y  Togo Bascuñan no daban abasto intentando aplacar las embestidas verdes, hasta que la Moisés Avilés acercaría los números en el tanteador.
 
La “Chancha”, como motejaban a Avilés, recibió destapado y se preparó a fusilar a Soto. Morales intentó cerrarle el paso, sin embargo, el ariete “Itálico” logró zafarse de la marca y disparó, mandando la pelota al fondo de las redes y decretando el descuento de Audax Italiano. Avilés giró para celebrar con sus compañeros, sin embargo un ruido ensordecedor y una polvareda infernal impidieron los festejos “Tanos”: el espectáculo, la felicidad y la alegría, daban paso a la tragedia, la fatalidad y la tristeza.
 
La tribuna norte, construida toda de cemento, al igual que el resto de las gradas (las galerías estaban hechas de madera), no aguantó el exceso de público que había ingresado, y se desplomó sobre el palco de aquel sector, desde una altura aproximada de 7 metros, arrasando con todo lo que se interpusiera a su paso.
Según consigna la prensa, se vivió una situación caótica: mientras parte del público que logró zafar del infortunio, asistía a quienes se encontraban bajo los escombros, hubo una gran parte que, presos de pánico, intentó salir de lo que quedaba del estadio, generándose tumultos en los accesos que dejaron unos cuantos heridos más. A la par, otro grupo las emprendió contra las aposentadurías, quemando las tribunas de madera y rompiendo todo lo que encontraban a su paso, lo que le sumó otro ingrediente más al espectáculo dantesco que se vivía, dando paso a la acción policial para intentar contener a los canallas, ayudar en las tareas de rescate y coordinar el llamado a nuevas ambulancias que pudieran trasladar a los lesionados, pues la única que había en el reducto no daba ya abasto.
Lamentablemente, más de un centenar de espectadores resultaron heridos, varios de ellos de extrema gravedad. Nunca se pudo precisar el número exacto de fallecidos, pues algunos periódicos hablan de 3 y otros se centran en solo 1, el caso es que, y tal como describe Sebastián Salinas, haciéndose eco de informaciones aparecidas en los Diarios La Nación, El Ilustrado y El Mercurio, bajo los escombros, se encontró, lastimosamente, el cadáver de un niño que, para darle un halo de mayor tristeza, fue recogido por su madre.


La tragedia en la prensa

A la jornada siguiente, cuando la luz del día permitió evidenciar la tragedia en su máxima amplitud, la prensa, las autoridades y el público en general dirigió sus dardos a Audax Italiano y a los responsables de la edificación del estadio, sindicando como principal responsable a Héctor Davanzo (que entre sus obras se cuenta el Teatro Italia), sin embargo, el arquitecto se desligaba de las acusaciones, aduciendo que el solamente había confeccionado el anteproyecto y que no había intervenido en los cálculos de resistencia de las instalaciones. “En vista de que en el curso de los trabajos mis opiniones técnicas no eran respetadas y el plano sufrió modificaciones que lo transformaron completamente, dejé la dirección de las obras”, le aseguró el profesional a diario El Mercurio.
 
Desde la directiva del cuadro “Tano”, en tanto, también se sacudieron de las culpas, aduciendo que, tal vez, los errores de cálculo venían de la estructura anterior, sobre las cuales se había edificado el estadio, como intentando endilgarle la responsabilidad a la Academia de Humanidades, institución dueña de las instalaciones antes que Audax Italiano las comprara.
 
El caso es que el tiempo fue diluyendo las responsabilidades y al día de hoy no hay claridad sobre los procesos judiciales que se llevaron a cabo. La única oficial que se tomó fue la clausura del recinto por parte de la Municipalidad de Santiago, que a 1932 tenía jurisdicción sobre los terrenos donde se emplazaba el estadio, organismo que aseguró que el coliseo ni siquiera contaba con recepción de parte del Departamento de Obras Municipales del municipio.
 
Nunca más se volvió a jugar fútbol allí,  y al poco tiempo las instalaciones fueron ocupadas como aparcamiento de los tranvías que en aquella época circulaban por la capital eso, hasta que transcurrido algunos años, la edificación fue completamente demolida para dar paso a la Población Las Rosas, del arquitecto Luciano Kulczewski, manteniendo sólo la casona que hasta el día de hoy se puede apreciar en la intersección de Guanaco con General Saavedra.
 
En el plano futbolístico, y al haber sido suspendido el encuentro, la Liga de la Asociación de Football de Santiago quedó sin un campeón claro (en la Football Association of Chile de Valparaíso, que reunía a equipos tanto del puerto, como de Viña del Mar, el campeón había sido el Sportiva Italiana), toda vez que Audax Italiano y Colo Colo estaban empatados en puntaje a falta del trágico encuentro del 8 de diciembre, y el reglamento de la AFS establecía que en caso de igualdad, se debía recurrir a un nuevo cotejo, sin embargo, este nunca se pudo llevar a cabo.
Colo Colo tenía una apretada gira a Perú, -pactada meses atrás- país hacia el cual se embarcaron tres días después del malogrado partido ante Audax, tierras desde las que no regresó hasta mediados de enero (Venció 7 a 0 a Atlético Chalaco, 2 a 1 a Sporting Tabaco, y cayó 2 a 4 ante Universitario, y 3 a 1 y 5 a 1 ante Alianza Lima), por lo que las esperanzas de definir al campeón los últimos días de diciembre del 32’ se esfumaron. 
 
Asimismo, y debido a que la reglamentación de la época impedía que se desarrollaran partidos de fútbol durante el mes de enero, debido a las altas temperaturas, tal como sugiere Sebastián Salinas en “Por Empuje y Coraje: Los Albos en la Época Amateur, 1925-1933”, unido a que Audax Italiano también iniciaría un periplo internacional (que lo llevó a disputar encuentros en Perú, México, Costa Rica, El Salvador, Honduras, Cuba, Estados Unidos y Canadá, con 34 triunfos, 13 empates y 12 derrotas), y que lo tuvo fuera del país entre mediados de enero de 1933 y fines de noviembre del mismo año, por lo que no hubo posibilidad de zanjar el título.
 
Aún cuando jamás se definió y en lo que se alcanzó a jugar en cancha fue Colo Colo quien se estaba quedando con el partido por un estrecho 2 a 1, Audax Italiano exhibe, al día de hoy, el trofeo del 32’ como suyo entre su palmarés oficial, el último campeonato que se jugaría de forma amateur en Chile, pues a contar del año siguiente, se daría inicio al fútbol profesional, inaugurando el Campeonato de la División de Honor de la Liga Profesional de Football de Santiago, y que quedaría en manos de Magallanes.


El único vestigio que se mantiene hasta hoy de lo que fue el Stadio Italiano


jueves, 27 de agosto de 2020

Apología a David: El Luis Cruz Martínez Campeón de Copa Chile 1962


Con cuarenta ediciones a cuesta, la Copa Chile es, sin dudas, una de las competiciones más entrañables de nuestro fútbol.

Si bien no tiene la tradición ni el prestigio de la FA Cup inglesa, la antigüedad de la Scottish Cup, la masividad de participantes de la Copa del Rey ni la trascendencia de la Copa Perú (que entrega el ascenso directo a la élite del fútbol incaico al campeón), la Copa Chile le ha abierto una posibilidad cierta de tocar la gloria a equipos cuyo presupuesto y tal vez su historia no se lo permitirían.

Con Colo Colo dominando a sus anchas el palmarés de dicho torneo, con 12 títulos a cuestas (los Albos le sacan una ventaja considerable a Universidad de Chile, que tiene 5 copas, Universidad Católica, que exhibe 4, y Santiago Wanderers, que presume 3, por nombras sólo algunos de los campeones), la Copa Chile tiene un ganador del que no se habla mucho y el cual vale la pena recordar, más aún, si éste es el único vencedor de dicha justa que se ha quedado con el trofeo siendo un elenco amateur: el Club Deportivo Luis Cruz Martínez de Curicó, que se alzó con el galardón en la versión de 1962.

Esta es su historia...

Fundado en 1905 en honor al héroe patrio, Luis Cruz Martínez, subteniente del Ejército Chileno que se volviera eterno en la mítica Batalla de la Concepción, en el marco de la Guerra del Pacífico, el "Ele U", como entrañablemente le conocen en Curicó, deambuló casi seis décadas en el fútbol aficionado de la Región del Maule, con mayor o menor éxito, hasta que en 1962, la Asociación Central de Fútbol, ente rector del balompié chileno que antecedió a la actual ANFP, decidió extenderle una invitación para participar de la Segunda División aquella temporada, hecho que le permitiría, también, disputar la Copa Chile, que en ese año llevaría el nombre de Copa Preparación.

El primer escollo del "Ele U" fue Lister Rossel, (el actual Club de Deportes Linares), un rival del nivel del Cruz Martínez y que le permitiría a los curicanos saber de qué madera estaban hechos.


El debut del "Ele U" en la Copa Chile quedó fijado, entonces, para el domingo 15 de abril de 1962 en el Fiscal de Linares. La ciudad de las tortas, enloquecida por el suceso, no dudó en apoyar a su club y 600 forofos del cuadro azur acompañaron al elenco que dirigía técnicamente el paraguayo Oviedo Casartelli a Linares para hacerle el aguante al Cruz Martínez en su estreno oficial en el balompié profesional y su periplo traería suerte. 


Bernardo Leyton

Formando con Carlos Bustos en portería;  Alejandro Calderón, Jovino Faúndez y Luis Farías en la zaga; Manuel Ribó y Hernán Verdugo, en el mediocampo y con Luis Ponce,  Alejandro López, José Antonio Baum, Bernardo Leyton y Mario Riquelme en delantera, el "Ele U" saltaba al gramado del Fiscal de Talca para comenzar a cimentar el primer peldaño que lo llevaría al selecto grupo de clubes campeones en el fútbol chileno.

Y la tarea resultó a la perfección: a los 18' minutos de juego, Mario Riquelme abría la cuenta para los curicanos y seis minutos después, ponía el segundo. Finalmente, Bernardo Leyton aseguraría el triunfo promediando el segundo tiempo, sellando la victoria para el Luis Cruz Martínez y su paso a la siguiente ronda. Jofre haría más decoroso el traspié para los linarenses, poniendo el 3 a 1 final al minuto 70'.

El júbilo en Curicó fue total. La gente se volcó a las calles de manera espontánea, reuniéndose en la Plaza de Armas de la ciudad para recibir y vítorear al plantel que horas antes les había entregado un histórico triunfo.

El siguiente escollo que se cruzaba en el camino del "Ele U" era Ñublense, cuadro que el año anterior había rasguñado el ascenso a Primera División, que contaba entre sus filas a José Borello, campeón con Boca Juniors el 54' y con la Selección Argentina de la Copa América de 1955, y que había dejado en el camino a Rangers de Talca por 2 a 1.

El sorteo, esta vez, favoreció a los curicanos y el partido único, formato en que se disputó el torneo aquel año, se jugó en el Estadio La Granja, el domingo 22  de Abril y ante 2.509 espectadores que dejaron una recaudación de 1.460 Escudos.

En un duelo parejo hasta decir basta, el Cruz Martínez fue quien tuvo las mejores opciones para quedarse con el triunfo en los 90 minutos, sin embargo, el empate, negando a romperse, se estiró hasta en los dos tiempos suplementarios que se jugaron para desequilibrar el lance. Así, todo se definió desde los doce pasos.

Las reglas en aquel tiempo no eran como las actuales, donde no se repite el mismo jugador pateando hasta que hayan ejecutado un tiro todos los futbolistas que entraron en juego durante el partido, por lo que hubo más de alguno que se repitió frente al arco, siendo Urquiola, en el caso de los chillanejos, y Leyton, por parte del “Ele U”.

Bernardo Leyton, un jugador de una pegada exquisita y que recaló en Curicó tras defender a Audax Italiano, fue el encargado de abrir la cuenta para el “Ele U”, mientras que Urquiola equiparó para Ñublense, escena exacta que se repitió en la segunda tanda. Todo lo definía, entonces, el “Negro” Leyton, quien, con un zurdazo furibundo, metió al Luis Cruz Martínez en los cuartos de final de la Copa Chile y le entregó, hasta el momento, el logro más importante de los curicanos en su novel historia. Pero iban por más…

En cuartos, el rival, sí o sí, sería un cuadro de Primera División, por como se habían definido las demás llaves y, lo que le sumaba una dificultad aún mayor, todos los posibles contrincantes (Universidad Católica, Unión Española, Audax Italiano, Palestino, Santiago Wanderers, Everton y Santiago Morning -con la sola excepción de O’Higgins-), se jactaban de haber sido campeones del fútbol chileno, un “cuco” al que el “Ele U” no lo intimidaría.

El sorteo no fue muy benigno con los curicanos, emparejándolos con Unión Española, un histórico del balompié chileno, que cargaba ya con dos títulos nacionales y que había sorteado con facilidad las dos fases anteriores (derrotando 3 a 1 al Valparaíso Ferroviarios y 3 a 0 al Green Cross), sin embargo, el lance, al menos, se volvería a jugar en el Estadio La Granja, lo que le daba el plus de contar con el aliento de su hinchada.

En otro match de dientes apretados, ambos elencos no se dieron tregua y firmaron un 0 a 0 que obligó a definir todo en tiempo suplementario. Mas no pasaría mucho tiempo para que el triunfo decidiera allanarse hacia el lado del “Ele U”, cuando, y apenas a los 4’ minutos del primer lapso extra, Bernardo “Negro” Leyton provocó el jolgorio de las galerías en La Granja y el festejo en toda una ciudad, anotando el primero, victoria que se afianzaría a los 10’ del segundo tiempo adicional, cuando Mario Riquelme selló un 2 a 0 histórico, que le daba un triunfo trascendental y catapultaba a los azules a una semifinal inédita para sus anales y para el fútbol de la Región del Maule.

El Diario La Prensa de Curicó informaba que el triunfo abrochado por el Cruz Martínez, aquel domingo 29 de abril de 1962, infundió un clamor tal en la afición del “Ele U”, que la hinchada, tras el pitazo final, encendió antorchas para festejar el éxito y homenajear a sus jugadores que “con clase, con excelente estado físico y con honestidad y vergüenza deportiva”, tal como graficaba el medio curicano, habían conseguido la victoria y el paso a las semifinales.

La gloria estaba a un partido y los dirigidos por Casartelli no iban a perder la oportunidad de quedar para siempre en la historia linda del fútbol chileno, viniera quien viniera y jugaran donde jugaran. La vida había que jugarla en el siguiente partido porque la final, si es que lograban hacerse con un lugar en ella, se quedaría de su lado porque ahí pondrían el corazón.

El destino quiso emparejarlo con Santiago Wanderers, un rival que se había hecho con un lugar entre los cuatro mejores del certamen a “pura suerte”, pues había avanzado las últimas dos rondas por sorteo. Sí, leyó bien: por sorteo, pues ante Unión La Calera, en la Segunda Fase, y ante Everton, en Cuartos, los partidos habían sido tan disputados, tan equiparados, tan nivelados, que habían terminado en tabla en los 90’, los dos suplementarios y en la tanda de tres penales que habían definido las bases del torneo como regla para dirimir en caso de paridad, por lo que el azar le había ofrendado un cetro en la Semifinal, cotejo que pretendían ganar a como diera lugar para ratificar el título que había levantado en la misma justa, pero el año anterior.

La lid quedó fijada para el domingo 13 de Mayo y el partido se jugaría, nuevamente, porque el sorteo así lo quiso, en el Estadio La Granja, con más de 3 mil espectadores que agotaron las entradas que se pusieron a la venta, todo un récord para la ciudad y para el torneo mismo de aquel año, pues dicha concurrencia se metía en el podio como la tercera de mayor aforo en lo que corría de Copa, tras los 5.521 que habían presenciado el triunfo de Coquimbo por 3 a 0 sobre Deportes La Serena, y  los 4.291, también en la Cuarta Región, que presenciaron el triunfo a domicilio que le propinó Palestino a los “Piratas”, en el marco de la Segunda Fase.

Adolfo Reginatto fue el encargado de pitar aquella tarde y Bustos; Calderón, Faúndez y Farías; Ribó y Verdugo; Guajardo, Hurtado, Baum, Leyton y Riquelme, los elegidos por Ovidio Casartelli para saltar a la cancha a pelear su lugar en la final ante el Decano del fútbol chileno.

El juego, tal y como los últimos que había disputado el “Ele U”, se desarrolló ajustadísimo, con pierna fuerte, balón dividido y un nerviosismo que se apoderó de jugadores e hinchas. Ninguno de los dos cuadros se atrevían a arriesgar mucho, pensando en que cualquier error podía significar el adiós del certamen, por lo que el empate fue el resultado que dejó el juego tras el fin de la primera fracción, sin embargo, el Cruz Martínez estaba para hacer historia y lo demostraría en el epílogo.

Corría el minuto 53’ y Luis Farías, defensor del cuadro curicano, avanzó con el balón por el sector izquierdo y ante el “apriete” de Eugenio Méndez, puntero derecho de Wandereres, le metió un túnel a “Pastelito”  y con la pelota limpia, a su total merced, le metió un pase perfecto a Héctor Guajardo quien, a la entrada del área, y con un furibundo zapatazo, le incrusta la pelota al otro palo a Juan Olivares, portero “Caturro”, decretando el primer y único gol del partido, dándole los boletos al “Ele U” a la finalísima, desenlace donde ya lo esperaba la UC.

El rival, era el más difícil de los que habría podido tocarle al Cruz Martínez. Católica era el actual campeón de Primera y se había ganado su lugar en la final barriendo 6 a 1 a Deportes Colchagua en la Primera Fase, ganándole en la tanda de penales a San Antonio Unido (que había eliminado a Colo Colo), boleteándo a Santiago Morning por 4 a 2 en Cuartos de Final, y metiéndose en el último cotejo, luego de ganarle por 4 a 3 a  O’Higgins.

La final se definió para desarrollarse en Santiago, en el Estadio Independencia, reducto donde Universidad Católica las oficiaba de local antes de marcharse a San Carlos de Apoquindo, y quedó fijada para el domingo 20 de mayo de 1962.

Curicó enloqueció con la posibilidad de levantar la copa. Cerca de 2 mil hinchas partieron desde aquella ciudad para hinchar por el “Ele U” en Santiago. Doce buses salieron desde la ciudad de las tortas con rumbo a la capital. Dos más se les unieron en San Fernando, mientras que una cantidad similar hizo lo propio en tren. Finalmente, serían más de veinte los buses que, desde la Estación Mapocho, punto de encuentro de los forofos curicanos, partirían hacia el coloso de Independencia para presenciar la gloria.

El Luis Cruz Martínez apelaría a todo por quedarse con el título. Sabían, estaban conscientes que al frente tenían al mejor cuadro del fútbol chileno. Que si los partidos que habían disputado antes habían sido difíciles, éste sería titánico, sin embargo, las finales están hechas para ganarlas y los dirigidos por Casartelli  lo habían mentalizado desde que iniciaron su participación en el torneo.

La primera estrategia del “Ele U” fue cerrarse atrás, sin pudor en defender hasta con seis hombres, para impedir cualquier posibilidad de que la UC les creara daño. ¡Y le resulto! pues controló el partido y se atrevió a adentrarse en campo “Cruzado”, con un par de arranques de Baum y Hernán Verdugo, y sería éste el que desataría los delirios de la parcialidad curicana.

Corría el minuto 29’ de juego cuando Verdugo tomó el balón. Avanzó entre el mediocampo de la “Franja” y cuando se aprestaba a meterse al área, vio de reojo que el arquero de Católica estaba unos pasos adelantado, por lo que no dudó en meter un taponazo caprichoso que se le soltó a Francisco “Atila” Fernández, facturando la apertura de la cuenta, la algarabía de los azules y la incredulidad de la hinchada “Cruzada”.

Sergio Bustamante, juez de la brega, pitó con fuerza y apuntó hacia la mitad de la cancha. Concluía la primera fracción y la sorpresa en Independencia y también en Curicó era mayúscula: el “Ele U”, y con claridad, estaba imponiéndose sobre la UC, ante todos los pronósticos, y quedaban sólo 45 minutos para que la gloria le diera la mano al Luis Cruz Martínez.

Al reinicio del lapso final, la estrategia curicana fue la misma de iniciado el match: defender a como diera lugar la ventaja y apostar a algún contraataque que pudiera sellar un triunfo histórico. Católica, por su parte, y con cinco delanteros, fue una tromba que punzaba constantemente la estantería del “Ele U”, levantando la figura de Carlos Bustos, guardametas azul, como una de las grandes figuras del juego.

Así, tanto va el cántaro al agua que se quiebra, que a los 13’ minutos del segundo tiempo, Fernando Ibañez  cambió por gol una falta penal, determinando un empate que, hasta lo que corría del juego, resultaba más que justo, sin embargo, las risas, el éxito y la fiesta no estaban organizadas para ser celebradas en Santiago.

Ni bien el Cruz Martínez había reiniciado desde la mitad de la cancha, cuando Mario Riquelme recibió con ventaja, se fue en demanda del arco y puso el 2 a 1 que le entregaría la copa al “Ele U”, sellando a fuego una jornada histórica. Universidad Católica sintió el golpe y fue incapaz de reaccionar, resignándose a ver cómo su rival gritaba campeón.

El Club Deportivo Luis Cruz Martínez, con casi 60 años de historia, tocaba el cielo, lo hacía contra todo pronóstico, ante el mejor de los rivales y de augusta forma: yendo al frente cuando había que hacerlo, metiendo pierna fuerte cuando era menester, defendiendo si es que era necesario. La gloria estaba ahí, al alcance de la mano y valía cualquier forma de alcanzarla, abrazarla y llevársela consigo.

El “Ele U” era campeón. David había vencido a Goliat.





lunes, 6 de julio de 2020

Bill Shankly: Alma Eterna del Liverpool (Primer Capítulo)




El chiche futbolístico del último tiempo, sin dudas, ha sido el Liverpool FC. Pellizcó la Champions League el 2018, la ganó prácticamente sin contratiempos el año recién pasado, consiguiendo su sexta “orejona”; y, hace sólo un par de días, quedándose con el título de la Premier League, luego de treinta años sin saber de éxitos en la máxima división del fútbol inglés. 


Artífice de esta seguidilla de éxitos es, sin lugar a dudas, Jürgen Klopp, el singular técnico germano, que, luego de cuatro años de cansarse de ganarlo todo en Alemania con el Borussia Dortmund, aceptó el desafío de devolverle la gloria extraviada a los “Reds”, reviviendo el ADN de Anfield a punta de presión alta, transiciones rápidas, intensidad, sacrificio y un despliegue físico envidiable.

Sin dudas, “Kloppo” ocupará un sitial importante en la historia dorada del club, seguirá escribiendo capítulos ilustres en la banca del club de Merseyside, atiborrando, probablemente, las vitrinas de Anfield con laureles y coronas, sin embargo, faltarán años, copas y, sobre todo, mística para igualar el espacio que, hasta el día de hoy, ocupa BILL SHANKLY, el escocés “que hizo feliz a la gente”.

William Shankly, nació  en 1913 en Glenbuck, un bucólico, diminuto y perdido caserío escocés, ubicado unos 40 kilómetros al sur de Glasgow, la ciudad más importante de Escocia, siendo el menor de 10 hermanos que parió el matrimonio entre Barbara y John Shankly.

El hambre y las carencias rodearon gran parte de su infancia. “El hambre es una condición que prevalece, especialmente durante los inviernos, por lo que junto a mis amigos no dudábamos en robar verduras de las granjas cercanas, pan y galletas de los negocios, o carbón de las minas”, reconocía el propio “Willie”, como lo motejaban sus cercanos, en su autobiografía “Shankly: My Story”.

Las posibilidades para un niño pobre, de un villorrio perdido entre la campiña escocesa, justo después de una cruenta guerra que había desangrado a la vieja Europa no eran muchas, por darle algo de crédito al destino. Así, no era difícil esperar que rozando la adolescencia, Bill abandonara la escuela y buscara ganarse la vida en las minas de carbón que abundaban en la zona de Ayrshire, sajando el mineral, viciando sus entrañas, pero caldeando un carácter y un brío que le permitirían hacerse con un lugar en la gloria.

Su aventura en las minas duraría poco y tras dos años tiznando sus manos con el carbón, el desempleo tocó su puerta. Cargaba apenas con veinte años y sólo le quedaba apostar todas sus fichas a una afición que le divertía y en la que mataba el poco tiempo libre que tenía mientras trabajaba en el filón: el bendito fútbol.

Sus buenas actuaciones defendiendo los colores Cronberry Eglinton, un pequeño club de
un poblado vecino a Glenbuck, en la Scottish Junior Football (una especie de liga amateur que agrupaba a equipos de las afueras de Glasgow), despertaron el interés del Carlisle United FC, un club del norte de Inglaterra que deambulaba por las divisiones postreras del balompié británico, dando inicio así a un idilio con la pelota que sería eterno.

Su primera parada en el fútbol fue un éxito, tanto así que al poco tiempo, el Preston North End FC, elenco que armaba un equipo con el que pensaba pelear el ascenso a la primera división inglesa, posó sus ojos en él, llevando su ímpetu y su coraje a Lancashire, club en el que desarrollaría todo el resto de su carrera como futbolista. Una performance tan prolífica con “The Lilywhites”, que le significó ser llamado, incluso, a la Selección de Escocia en un puñado de ocasiones.

Tras colgar los botines a mediados del 49’, “Willie” no dudó en seguir ligado al fútbol y el paso indiscutible fue calzarse el buzo de técnico, plaza que, finalmente, lo convertiría en leyenda.

Carlisle United FC fue, nuevamente, e el que le abrió las puertas para que diera sus primeros pasos como DT, cuadro donde se mantuvo hasta 1951. Tras completar un ciclo con “The Blues”, el siguiente paso fue hacerse con las riendas del Grimsby Town FC, elenco que, al igual que los de Cumbria, bregaba por hacerse con un lugar en la tercera división inglesa.

Su inicio en  “The Mariners” fue más que prometedor, con un segundo puesto en la temporada 51/52, rasguñando el ascenso, sin embargo, su buen cometido chocó de frente con la avaricia de los mandamases del club, quienes insistieron en venderle a sus principales figuras. La temporada siguiente,  “Willie” logró sortear con algo de suerte la mezquindad y poca visión de dirigencial del club, sin embargo, se tuvo que conformar con un quinto puesto. La gota que rebalsaría el vaso y empujaría a Shankly a abandonar el club vendría en la temporada 53/54, cuando la directiva de los “Town” insistió con su política indiscriminada de ventas, desarmando por completo la plantilla, hecho que terminaría con el Grimsby acabando el campeonato en la 17º posición entre 24 equipos. 

La siguiente parada fue el Workington AFC, un pequeño club del norte de Inglaterra, que apenas cargaba con poco más de tres décadas de vida, y que la temporada anterior había finalizado la temporada un par de peldaños más abajo que el Grimsby, entregándole una posibilidad cierta de desarrollar el fútbol que le gustaba a Shankly. Esto, finalmente, unido a que la nueva ciudad que le abría las puertas estaba a sólo algunos kilómetros de su Escocia natal (a unos 300 kilómetros de Glasgow) terminaron por seducir a “Willie” de hacerse cargo de la banca de los “Reds”.

Su estadía allí se extendió apenas una temporada y, nuevamente, fueron los líos con la
directiva los que motivaron salida. Si bien la performance del Workington fue más que meritoria, terminando en el octavo lugar (el mejor puesto en las tres temporadas inmediatamente anteriores había sido 20º, entre 24 participantes), el hecho de ver que los dirigentes superponían los intereses de la rama de rugby  (cuadro que se desempeñaba en la séptima división inglesa) antes que la del fútbol hizo que los pasos de Bill tomaran otros rumbos.

Esta vez, fue el Huddersfield Town AFC el que tocó su puerta. Los “Terrier” le ofrecieron hacerse cargo del equipo de reservas, función que aceptó con gusto, pues el primer equipo era dirigido por un viejo conocido: Andy Beattie, escocés de nacimiento, igual que él, y con quien había compartido equipo cuando ambos defendían la camiseta del Preston North End. Sin embargo, su estadía en el equipo b duraría muy poco.

A tres meses de que se hubiese iniciado la temporada 56/57 de la segunda división inglesa, y con el Huddersield con una campaña irregular hasta decir basta, la administración de los “Terrier”, y luego de 3 derrotas consecutivas, decidió cesar en el cargo a Beattie, echando a correr la “línea de sucesión” obvia al interior de club, entregándole la “corona” de DT del primer equipo a Bill Shankly, quien logró enmendar en algo el rumbo, rematando la liga en el duodécimo lugar y metiendo a los “albicelestes” en los octavos de final de la FA Cup. Para la temporada siguiente, la cosecha fue un poco mejor, quedándose en un expectante noveno lugar y entregándole espacio en la alineación titular a varios valores jóvenes, entre los que destacó Denis Law, histórico centrodeldntero de Escocia, que brillara con la camiseta del Manchester United un puñado de años después.

La División Two del 58/59 sería la que le abriría las puertas de la historia a “Willie”. Si bien no pudo repetir el noveno lugar de la temporada anterior, terminando decimocuartos, Shankly, y en una oda al buen fútbol, sentenció su arribo al club de Anfield Street: se jugaba la undécima fecha de la segunda división británica. Los “Terrier”, que apenas habían cosechado ocho puntos en lo que iba de campeonato, ganando sólo tres juegos, enfrentaban al Liverpool FC, un gigante dormido que llevaba cinco temporadas jugando en la B, y que buscaba afanosamente reverdecer laureles, mas el destino diría otra cosa.

Ante un Leeds Road, el estadio donde el Huddersfield hacía de local, lleno hasta las banderas, Shankly comandó un vendaval de goles con los que los “Terrier” vapulearon por 5 a 0  a los “Reds”, dejando boquiabiertos de moros a cristianos y abriéndole el apetito a los dirigentes del club de Merseyside, que irían a la carga por hacerse con sus servicios cuando terminara la temporada.

La historia, rica en alegorías y metáforas para darle un vaho más novelesco a las situaciones, cuenta que el Liverpool FC no podía enrielar una racha positiva que le permitiera soñar con el ascenso la temporada 59/60. Siete triunfos, igual número de derrotas y cinco empates era lo que exhibían los “Reds” ante de volver a toparse con el Huddersfield de Shankly, cuadro que volvió a vencerlo en el Leeds Road, esta vez por la mínima.

Tom Williams, presidente de los de Anfield a esa fecha, volvió a las orillas del Mersey con una idea fija: aquel escocés que los había avergonzado hacía un par de horas, era el hombre indicado para devolverle la gloria a su club. Cuentan que subió a su auto y condujo el mismo los 100 kilómetros que separan Liverpool de la ciudad de Huddersfield para convencer a “Willie” de calzarse el buzo de los “Reds”.

“Vengo a ofrecerle el cargo de entrenador del mejor equipo posible”, le dijo Tom Williams a un Shankly que intentaba hacerse el desentendido. “Cómo ¿Busby ha hecho las maletas?, le respondió sarcásticamente “Willie”, en referencia a Matt Busby, técnico que regía los destinos del Manchester United en aquella época, intentando distender el ambiente y condimentar con algo de jocosidad el histórico momento. La risa cómplice de ambos valió más que cualquier papel firmado. Williams Shankly se transformaba en el nuevo adiestrador del Liverpool FC y ataba su nombre para siempre con la historia de los de Anfield.

(Continuará) 




















miércoles, 24 de junio de 2020

Jorge Robledo, Una Estrella Olvidada (Capitulo Final)




La historia de Colo Colo dicta que cada torneo en que el “Cacique” participe, debe bregar por quedarse con la copa. Cualquier otro objetivo, simplemente es un fracaso. El año 58’ también partió con esa premisa para los “Albos”, quienes debían lavar las heridas de un año anterior para el olvido. Así, y con Jorge Robledo, Misael Escuti y Enríque Hormazabal a la cabeza, más la revelación de Juan Soto Mura, y las incorporaciones de Mario Ortiz, figura de Palestino el año anterior, y de Luis Hernán Álvarez (que daría que hablar un par de años más tarde), que provenía de Curicó, apostaban el todo por el todo para quedarse con un nuevo trofeo.

Tras el “Ciego” Escuti, que dijo presente en 25 de los 26 encuentros que disputó Colo Colo en el campeonato, “George” fue el embolo del “Popular”, apareciendo en 24 ocasiones (no estuvo en la oncena que igualó a un tanto ante Palestino), matriculándose con 10 goles, lo que lo alzó como el tercer artillero Colocolino, luego de Juan Soto Mura, el “Niño Gol”, que exhibió 16 dianas, y tras “Cua Cua” Hormazabal, que marcó en 13 ocasiones.

Lamentablemente para las aspiraciones albas, la lucha por el campeonato terminó ganándola Wanderers, que fue más regular en la fase definitiva del torneo. Así, a falta de 3 fechas para el final, Colo Colo llegaba con 31 puntos, dos más que los “Caturros”, sin embargo, sólo pudo abrochar un empate en los tres juegos (empate a 1 ante Rangers y caídas por 3 a 2 ante la U y 3 a 0 ante Everton -triunfo que, por esas cosas del destino, selló el campeonato para los “Porteños”-), mientras que los “Verdes”, que también comenzaron a desinflarse, lograron empatar sus últimos 3 juegos (1 a 1 ante Palestino y Unión Española y 2 a 2 ante O’Higgins), conquistando su primer torneo en el fútbol profesional.

Jorge Robledo, en tanto, fue de los más regulares en el plantel que dirigía el uruguayo

Hugo Tassara aquel año, aportando con goles claves en su férrea lucha junto a Santiago Wanderers por hacerse con el título. Excluyente fue su performance ante Everton de Viña del Mar, a los que el “Cacique” venció por 5 a 3, y donde “George” marcó en dos ocasiones, y ante Audax Italiano, en el “Clásico Criollo”, donde el artillero se anotó con los 3 goles que hizo Colo Colo en esa jornada, derrotando a los “Itálicos” por 3 a 1. Todo un repunte en el juego y la importancia de “Pancho” en los de Pedrero, teniendo en cuenta su irregular campaña el año anterior, sin embargo, el futuro le deparaba un embrollo con la dirigencia alba, líos que sólo traería damnificados.

La historia cuenta que los mandamases colocolinos decidieron, tal vez empujados por la irregular campaña del 57’ y un 58’ más brillante, pero que no se comparaba con sus primeras épocas con la camiseta blanca, tomar la decisión de oír ofertas por Jorge Robledo, quien se encontraba con el primer equipo de Colo Colo en Lima, participando de un hexagonal amistoso que los enfrentó a Flamengo, Peñarol, Universitario, Alianza Lima y River Plate, y donde los de Pedrero terminaron últimos, cosechando apenas un triunfo ante los “Íntimos”, a quienes derrotaron por 3 a 2 (Cayeron por 2 a 0 ante los “Millonarios”, 5 a 0 ante el “Manya”, 3 a 1 ante los “Crema” y 4 a 2 ante el “Mengão”)

El jugador, pensando, quizás, en que su etapa en el “Cacique” se estaba extinguiendo, aceptó también negociar las oportunidades que pudieran presentarse, resignándose a que su andar en Colo Colo se estaba acabando. Así, fueron dos las ofertas que llegaron por el “Gringo” a las oficinas de Cienfuegos 41: Huachipato y O’Higgins, propuestas que sedujeron a Robledo, toda vez que ambas instituciones tenían ligazón con empresas extranjeras que le permitían extender el vínculo con quien se decidiera, una vez que colgara los botines, sin embargo, inexplicablemente, y aún cuando contaba con el visto bueno del jugador, la dirigencia alba no aceptó ninguna de los ofrecimientos.

El reglamento de aquel año contaba con una cláusula que, a todas luces, resultaba desigual para los intereses de los jugadores, pues, de no aceptar el club las ofertas que llegasen por el futbolista y éste no estar de acuerdo con la propuesta que le presentara la institución a la que pertenecía su pase para quedarse en sus filas, el deportista quedaba automáticamente condenado a una inactividad en el profesionalismo durante dos años.

La dirigencia colocolina le hizo una última propuesta: rebajar su sueldo, pero entregarle otro, esta vez como entrenador de las divisiones menores, una proposición que subvaloraba la calidad del jugador, su trayectoria y, sobre todo, minimizaba todo lo que Jorge Robledo le había entregado, no sólo a Colo Colo, si no que también al fútbol chileno, y el “Gringo” no lo aceptaría, poniéndole punto final al romance que tanto le había dado al club.

Jorge Robledo Oliver, el anglochileno que apenas podía hablar bien el castellano y que se calzó la camiseta blanca como si la hubiese defendido toda su vida, se marchaba del “Cacique” y por la ventana. “Me habría gustado terminar en Colo Colo en perfecta armonía, porque Colo Colo tendría que ser en mi vida un recuerdo grande, sin que nada lo empañara. Si esta situación se hubiese solucionado amistosamente, creo que habría ido por todas partes con un cartel a la espalda que dijera ‘Como Colo Colo no hay’, le aseguró  a Revista Estadio el propio “George”, en una sentida entrevista que le concedió al célebre semanario deportivo.

Terminaba así, abruptamente, su paso por el “Cacique”, un amor a primera vista, que nació inmediatamente, aquel 31 de mayo del 53’, en su debut con la camiseta blanca, y que significó 3 títulos: dos torneos de Primera División y una Copa Chile; 154 partidos oficiales, ocho más que los que disputó con el Newcastle, una cosecha de 96 goles, laureles y triunfos que le permitieron alzarse como una de las principales figuras que recuerde, no sólo el Olimpo “Albo”, sino que todo el firmamento del Fútbol Chileno.

Hasta hoy, es una incógnita lo que hizo Jorge Robledo aquel año 59’, data en que estuvo

castigado por la Asociación Central de Fútbol, sin embargo, uno de los que pujó por hacerse con su fútbol cuando Colo Colo ya no lo tuvo en sus planes, volvió a la carga: O’Higgins de Rancagua, que aquel año estaba exhibiendo el mejor fútbol que su novel existencia conociera, quedándose con un expectante cuarto lugar en el Torneo de 1959 (a sólo cuatro puntos de Universidad de Chile, que se coronó como campeón), basando su juego en una delantera letal, compuesta por René Meléndez y José Benito Ríos, éste último, goleador del torneo con 22 tantos, y que entre sus logros en dicho campeonato, exhibía el haber derrotado a domicilio a la UC por la mínima, dar cuenta de la U por 2 a 0 en la “Ciudad Histórica”, y animar una guerra de goles con el “Cacique”, en un entretenido 4 a 4.

A raíz de esto, a la dirigencia del “Capo de Provincia” se le abrió el apetito y, recibiendo apoyo económico de la Mina El Teniente y de sus trabajadores, invirtió en grande con tal de pelear el campeonato. Así, aseguró a “George”, mantuvo a Ríos y Meléndez, sus emblemas del año anterior, cerró el fichaje de Gonzalo Carrasco, figura del Green Cross que estuvo a un paso de volver a primera aquel año, anunció la repatriación de Jaime Ramírez, que venía de ser parte esencial del Granada FC, jugando 25 de los 30 partidos de La Liga, marcando 3 goles; y se hizo con los servicios del defensor argentino, Federico Vairo, que había sido pieza fundamental de la zaga de River Plate.

La expectación de la ciudad de Rancagua y, sobre todo, de la prensa, era enorme. Revista Estadio motejaba a los “Celestes” como el “Real O’Higgins”, en alusión al Real Madrid, que la rompía en el “Viejo Continente”, y “El Rancagüino”, un día antes de que se iniciara el campeonato, apuntaba en grande con un ilusionado titular: “Mañana empiezan a pelear el Vice Campeonato 1960”, en alusión a la férrea disputa que tendría con  Universidad de Chile, defensor del título, y Colo Colo, que quería volver a ser campeón,  tras cuatro años de fracasos.

Lamentablemente, las aspiraciones de los rancagüinos se disiparon rápidamente: en su debut, Unión Española le bajó los humos, goleándolos a domicilio por 4 a 2, y si bien se recuperaron en sus siguientes dos cotejos (2 a 1 a Ferrobadminton y 2 a 0 a Universidad Católica), dos empates consecutivos (2 a 2 ante Wanderers y Magallanes), Colo Colo les ratificó que el 60’ no sería su año, asestándole un rotundo 4 a 0, que acabó con cualquier tipo de ilusión que aún quedaba.

Para el “Gringo”, en tanto, la situación no fue muy disímil a la que vivió O’Higgins en aquella temporada. Su debut con la camiseta celeste vino recién en la octava fecha, cuando el “Capo de Provincia” enfrentó a Santiago Morning en el Estadio Nacional. Si bien los “Celestes” cayeron por la mínima ante los “Bohemios”, Jorge Robledo fue de los pocos que destacó, convirtiendo ese partido en el único que jugara el ex Newcastle en la primera rueda.

La irregular campaña de O’Higgins, motivó que, promediando el campeonato, José Salerno, el entrenador argentino que tenían en la banca, diera un paso al costado, sucediéndolo en su puesto, Carlos Orlandelli, situación que le abrió a Robledo la posibilidad de volver a la alineación titular. Así, en la fecha 17º y ante Magallanes, volvió a ser convocado, ocupando un lugar en la oncena estelar hasta el final del campeonato.

Así, vino su “revancha” ante Colo Colo, cuando ambos clubes se enfrentaron en
Rancagua, el 16 de Octubre de 1960. En, tal vez, el mejor partido de O’Higgins en el campeonato, con Robledo y Melendez como puntales de los embates celestes que terminó empatando a 2 goles con los “Albos”, el “Gringo”, exhibiendo gallardía y elegancia, le demostró a la dirigencia del “Cacique” que cometieron un error al dejarlo partir, peleando con el alma cada pelota, pero sólo en la cancha. Una vez terminado el encuentro, se fundió en abrazos con cada uno de sus compañeros y con los que había vivido momentos de gloria, y otros no tanto, vistiendo la casquilla del “Popular”.

Para el recuerdo quedará aquel domingo 20 de Noviembre de 1960, cuando Jorge Robledo Oliver marcó su último gol en el profesionalismo. O’Higgins enfrentaba a Everton en el Estadio Braden -el predecesor reducto del que hoy conocemos como Estadio El Teniente- . Fiel a lo que había mostrado todo el año, el cuadro “Celeste” iba abajo en el marcador por 2 a 0, sin embargo, y a los 71’ minutos de partido,”George” descontaba para los “Celestes”, desatando la algarabía de los 2.723 espectadores que presenciaron el cotejo, y le ponía fin a la historia linda que construyó con la pelota y las redes.

Tras ocho partidos defendiendo la camiseta del “Capo de Provincia”, Robledo sumaba una nueva camiseta con la que gritaba gol, un grito que partía veinte años atrás, cuando despuntó marcando goles jugando a nivel escolar, con el Brampton Ellis School, fintas, lujos y dianas que le abrieron los ojos al modesto Huddersfield Town para llevarlo a sus filas, dando vida a una de las carreras más exitosas que conozca un futbolista chileno, tiñéndolo de gloria con la camiseta listada del Newcastle y volviéndolo “profeta en su tierra” con la enseña de Colo Colo.

Para las estadísticas quedara que, y como profesional, Jorge Robledo jugó 425 partidos como profesional, marcando 212 goles oficiales, 45 con el Barnsley, 82 con el Newcastle, 86 con Colo Colo y 1 con O’Higgins, levantando 5 trofeos, 2 FA Cup, 2 Torneos Nacionales y 1 Copa Chile, y se consagró como máximo goleador durante cuatro temporadas seguidas: FA Cup 51/52, con 6 goles, England First División 51/52, con 33 tantos, Torneo Nacional  1953, con 26 dianas, y el Torneo Nacional 1954, con 25 anotaciones. Sencillamente, espectacular.

La historia cuenta que el último partido como profesional de “Pancho” sería el que lo enfrentó a Palestino, un 11 de Diciembre en el Braden de Rancagua. Ahí, y en un vibrante empate a 3 goles entre “Celestes” y “Árabes”, Jorge Robledo colgaba los botines para siempre, poniendo fin a una brillante carrera. Así, el niño tímido, que pateó sus primeras pelotas en el lejano West Melton, se baño en honores en el  St.James Park y con el escudo de las “Urracas”;  se consagró como ídolo defendiendo los colores de Colo Colo, y que pasó a la historia con el celeste de O’Higgins, daba el postrero paso que lo convertía en leyenda.

Jorge Robledo Oliver, una verdadera estrella de nuestro fútbol.






miércoles, 3 de junio de 2020

Abdón Porte: La Vida Por Los Colores



Si hay un sinónimo por antonomasia al pundonor, el ímpetu y el brío futbolístico es, sin dudas, la "garra charrúa", esa particularidad única que tienen los uruguayos para anteponerse a cualquier malaventura dentro de un campo de juego, a punta de coraje.

Y sí, pues para un país con poco más de 3 millones de habitantes, enclavado en medio de dos gigantes como Brasil y Argentina, ostentar dos Oros Olímpicos, quince Copas América y dos Copas del Mundo; y ufanarse de ocho Copas Libertadores y seis Intercontinentales (el torneo que antecedió al Mundial de Clubes), es algo que, con seguridad, ningún otro fútbol del planeta puede alardear, singularidad que también ha brindado figuras superlativas que se tiñeron de gloria, tales como Juan Alberto Schiaffino, Alcides Ghigghia, Obdulio Varela, Luis Alberto Cubilla, Fernando Morena o Luis Suárez.

Una historia enlazada a fuego con la fibra, el coraje, el corazón y con los sentimientos, y que tienen como gran paradigma a Abdón Porte, multicampeón con Nacional de Montevideo, por allá, en la primeras décadas del 1900, y que optó terminar con sus días ante la imposibilidad de seguir defendiendo los colores de su amada camiseta.

Esta es su historia

Nacido en 1893, hizo sus primeras armas con la pelota en los pies en la ciudad de Durazno, urbe distante unos doscientos kilómetros al noroeste de Montevideo, donde cariñosamente lo conocían como “El Indio”.

Cuando cumplió los quince años, en 1910, se marchó junto a su familia a la capital

uruguaya, ciudad donde bullía el fútbol, que aglutinaba lo más granado del fútbol uruguayo, y el único lugar en tierras orientales donde podía desarrollar profesionalmente su afición por el balompié. Allí, Porte, y con diecisiete años a cuestas, se enroló en los registros del Colón Fútbol Club, institución enclavada en el corazón de Montevideo y que el año anterior había participado por primera vez del Campeonato Uruguayo de Primera División.

Al año siguiente, fue fichado por el desaparecido Club Libertad de Montevideo, que para esa temporada disputaría su segunda pasada en la máxima categoría del fútbol “Charrúa”,  sin embargo, la performance de su nuevo equipo no fue de las mejores, cosechando apenas 2 triunfos de los 14 que disputó, una magra siega que significó que tuvieran que perder su plaza en la liga de elite del futbol uruguayo.

No todo fue gris para “El Indio”, pues su desempeño en Libertad le valió la posibilidad de que Nacional, uno de los grandes del país, que hasta ese año ostentaba dos títulos en la máxima categoría del fútbol uruguayo, y que para la temporada de 1912 había puesto como objetivo el volver a gritar campeón, formando un equipo basado en jugadores de raigambre popular, tales como Pascual Soma, leyenda “Bolsilluda”, que además de marcar goles, trabajaba como vendedor ambulante, o Alfredo Foglino, que había arribado al “Decano”, proveniente también de Libertad, y que las oficiaba como albañil, fijara sus ojos en él y se lo llevara al Barrio La Blanqueada.

Había comenzado su idilio perpetuo con la historia de Nacional y con el corazón de todos sus hinchas.

Su primera incursión en el “Bolso”, la hizo repitiendo las actuaciones que lo habían catapultado desde Libertad a Nacional, jugando como un férreo defensa, sin embargo, y debido a su técnica, se desplaza hacia la mitad de la cancha, donde se erigiría como un torpedero de los ataques rivales y un armador elegante de los ataques del “Decano”.

Así, volvió del círculo central su feudo y ahí los rivales del Nacional no eran bienvenidos. Corpulento y fornido, su talla daba la impresión de un gigante, un titán tosco y lerdo, pero que siempre, siempre, absolutamente siempre, definía a su favor cualquier refriega, singularidad que regocijaba el alma de los hinchas “Tricolores”. Así, con cada pelota dividida en que Porte vencía, más y más se grababa a fuego en el corazón “Bolsilludo”.

No pasó, entonces, mucho tiempo para que “El Indio” se volviera un imprescindible en las alineaciones del Club Nacional y un esencial en las predilecciones del hincha del “Decano”. Así, en su primera temporada con el “Tricolor”, Porte levantó ya se preciaba de levantar dos títulos, el Campeonato Uruguayo de Fútbol 1912, el que ganaron de manera apabullante, con 12 partidos ganados y apenas un empate y una derrota; y la Copa Competencia, un torneo que enfrentaba a cuadros uruguayos, cuyo campeón se cruzaría con el ganador del mismo campeonato, pero en Argentina, para dirimir al mejor club del Río de La Plata.

Esto, le valió la posibilidad de ser convocado por Uruguay para que disputaría en Montevideo la segunda edición del Campeonato Sudamericano de Selecciones que se llevaría a cabo en 1917. Así, y tras un 1916 donde él y Nacional rozaron la perfección, con Abdón Porte confirmando su incuestionable lugar en la oncena del “Decano” y con el “Tricolor” siendo campeón invicto, sacándole doce puntos de ventaja a su más cercano perseguidor: Peñarol.

La máxima justa de selecciones sería el corolario de una carrera brillante, pues, aún cuando no tuvo la posibilidad de participar como titular, formó parte del plantel “Charrúa” que se coronó como bicampeón del torneo. Un laurel más a una exultante carrera, y que lo elevaba al selecto grupo de jugadores campeones, tanto a nivel de clubes, como a nivel de combinados. Así, y con 24 años, la gloria y el reconocimiento le tomaban la mano.

Tras la Copa América, nada volvería a ser igual para “El Indio”. Si bien seguía como titular de Nacional, para Porte el paso del tiempo no le era fútil. Sentía que ya no era el mismo que se había ganado el afecto y la adoración de la hinchada y eso era algo que para él era inaceptable. La camiseta de Nacional se defendía con coraje, con brío y con ímpetu y si las piernas flaqueaban, la afrenta al “Decano” se volvería una ignominia.

Su recelo, sin embargo, no fue impedimento para que esa temporada capitaneara al “Bolso” a quedarse con dos títulos: un nuevo Campeonato Uruguayo y una Copa de Honor, cosechando a esas alturas, nada más y nada menos, que 13 títulos a nivel uruguayo y 6 torneos internacionales, además del título de la Copa América que había levantado ese mismo año.

La vida le sonreía: era ídolo del club de sus amores. en las calles la gente lo reconocía y valoraba su esfuerzo, pero su cabeza y su corazón estaban atribulados y ahí, en los sentimientos y en la razón; los elogios, las loas, los aplausos, el éxito no tenían mayor importancia. Y su contrariedad, su pesadumbre, estarían lejos de extinguirse

En 1918, la dirigencia de Nacional cerró la contratación de Alfredo Zibechi, un recio

centrocampista defensivo, igual que Porte, y que después se convertiría en multicampeón con el “Bolso” y con la Selección Uruguaya. El “Pelado”, como conocían a Zibechi, había sido la figura excluyente del Montevideo Wanderers, por lo que su puesto en la oncena titular estaba asegurada. Era la estocada final para la atribulada cabeza de “El Indio”.

Aún cuando los dirigentes “Tricolores” le habían pedido que se mantuviera en el equipo para la siguiente temporada, pues la afición no les perdonaría dejarlo partir y, sobre todo, porque su figura era un emblema dentro del plantel, Abdón Porte sentía que su entrega ya no servía, que la vida que puso en cada balón, que el corazón que metió en cada partido en que defendió al “Bolso” ya no lo valoraban, que su lugar en Nacional ya no existía, desatando la aciaga sentencia que lo empujaría a la eternidad.

Aquella jornada, el último día terrenal de Porte, Nacional enfrentaba al Charley por la última fecha de aquella temporada. Ya habían logrado la copa, por lo que el partido ante los “Verdiblancos” suponía un mero trámite. Y así fue, hecho que motivó una celebración luego del encuentro, donde el plantel y los dirigentes celebrarían el año redondo del “Bolso”. “El Indio” también participó, pero su mente estaba en otra parte. El corazón de la cancha ya no le pertenecía. El alma del Nacional ya no sería suya y eso no podía remediarlo.

Ya entrada la noche, se despidió de sus compañeros y haciéndoles creer que regresaba a

su casa, enfiló rumbo hacia la inmortalidad. Subió a un tranvía y bajó cerca del Gran Parque Central, el estadio donde en tantas jornadas la gloria, la caprichosa, sucinta y arisca gloria, insistía con salpicarlo. Desconsolado, entró a oscuras al campo de juego y detuvo su andar en el centro del campo, el lugar que por años fue su feudo y que ahora le habían arrebatado.

No había nadie a su alrededor. Las gradas que antes, henchidas de gente, habían aplaudido sus hazañas, mudas, le volteaban la mirada, como no queriendo ver lo que vendría. Porte se inclinó, tocó el pasto por última vez, sacó un revolver que llevaba entre sus ropas, llevó el cañón de la pistola hacia el centro de su pecho y disparó. Un disparo atronador que retumbó la oscura noche, pero que nadie oyó. Era la madrugada del martes 5 de Marzo de 1918 y “El Indio” pasaba de imprescindible a leyenda, de esencial a mítico.

Cuenta la leyenda, que a la mañana siguiente, el canchero del Parque Central encontró el cuerpo sin vida de Porte y junto a él, una carta dirigida a Nacional, el amor de su vida donde se leía… “Nacional, aunque en polvo convertido y en polvo siempre amante. No olvidaré un instante lo mucho que te he querido. Adiós para siempre”, una declaración de amor póstuma, pero perenne, ulterior, pero eterna. El tímido muchacho que había llegado de Durazno y que a punta de arrojo y valentía se había ganado un lugar en el corazón “Bolsilludo”, entraba al Olimpo, al firmamento del Club Nacional.

Con su martirio, “El Indio” había resuelto la encrucijada que lo llevó a terminar con sus días: Desde el momento mismo en que la bala se incrustaba en su corazón, el centro del campo, su señorío, su propiedad, su dominio, durante tantas jornadas de victoria, se volvería suyo para siempre, pues su alma, esa con la que siempre defendió los colores de Nacional, se quedaría para la eternidad allí.